Memorias del mundo
jueves, 2 de febrero de 2012
Pequeños talentos
Biografía IL VOLO...
l Volo es un trío de cantantes italianos de ópera pop . Il Volo se compone de tres cantantes masculinos: Piero Barone, nacido el 24 de junio de 1993, Ignazio Boschetto, nacido el 4 de octubre de 1994 y Ginoble Gianluca, nacido el 11 de febrero de 1995. Forman un grupo de adolescentes que cantan temas de pop-ópera, se iniciaron en 2009 cuando se reunieron en un program musical italiano de la televisora RAI llamado «Ti Lascio Una Canzone», que se celebró en San Remo en la Riviera italiana. El ganador de ese show fue entonces joven de 14 años de edad Ginoble Gianluca proveniente de Roseto degli Abruzos, que está en la costa de la peninnsula italiana opuesta a Roma (en la costa del Adriático). Gianluca ganó el concurso en mayo de 2009 cantando un tema de su ídolo, la canción de Andrea Bocelli «La Luna Che no C’e».
En la competencia con Gianluca Ginoble, estaban Piero Barone (15) de Agrigento Sicilia y Ignacio Boschetto (14), originario de Sicilia, pero que vive en Bolonia, en el norte de Italia. Hubo también muchos otros hombres jóvenes y cantantes de toda Italia en el concurso.
Los tres jóvenes estaban entre los mejores de los cantantes masculinos, y fueron elegidos para interpretar una canción como un trío. El tema elegido para ellos fue una composición napolitana de 1898 «O Sole Mio», y que fue recibido con mucho éxito por los espectadores de la televisión italiana.
Después de la competencia de los 3 tenores jóvenes cantaron juntos bajo el nombre de Tryo, más tarde Il Trio, y, finalmente, Il Volo.
Su álbum titulo Il Volo fue lanzado el 17 de mayo 2011 justo antes de su aparición en la final de American Idol2 . Il Volo cantó ‘O Sole Mio, que fue lanzado como sencillo en los EE.UU. a principios de 2011.
El mejor oficio del mundo
García Marquéz...
A una universidad colombiana se le preguntó cuáles son las pruebas de aptitud y vocación que se hacen a quienes desean estudiar periodismo y la respuesta fue terminante: "Los periodistas no son artistas". Estas reflexiones, por el contrario, se fundan precisamente en la certidumbre de que el periodismo escrito es un género literario.
Hace unos cincuenta años no estaban de moda las escuelas de periodismo. Se aprendía en las salas de redacción, en los talleres de imprenta, en el cafetín de enfrente, en las parrandas de los viernes. Todo el periódico era una fábrica que formaba e informaba sin equívocos, y generaba opinión dentro de un ambiente de participación que mantenía la moral en su puesto. Pues los periodistas andábamos siempre juntos, hacíamos vida común, y éramos tan fanáticos del oficio que no hablábamos de nada distinto que del oficio mismo. El trabajo llevaba consigo una amistad de grupo que inclusive dejaba poco margen para la vida privada. No existían las juntas de redacción institucionales, pero a las cinco de la tarde, sin convocatoria oficial, todo el personal de planta hacía una pausa de respiro en las tensiones del día y confluía a tomar el café en cualquier lugar de la redacción. Era una tertulia abierta donde se discutían en caliente los temas de cada sección y se le daban los toques finales a la edición de mañana. Los que no aprendían en aquellas cátedras ambulatorias y apasionadas de veinticuatro horas diarias, o los que se aburrían de tanto hablar de lo mismo, era porque querían o creían ser periodistas, pero en realidad no lo eran.
El periódico cabía entonces en tres grandes secciones: noticias, crónicas y reportajes, y notas editoriales. La sección más delicada y de gran prestigio era la editorial. El cargo más desvalido era el de reportero, que tenía al mismo tiempo la connotación de aprendiz y cargaladrillos. El tiempo y el mismo oficio han demostrado que el sistema nervioso del periodismo circula en realidad en sentido contrario. Doy fe: a los diecinueve años siendo el peor estudiante de derecho empecé mi carrera como redactor de notas editoriales y fui subiendo poco a poco y con mucho trabajo por las escaleras de las diferentes secciones, hasta el máximo nivel de reportero raso.
La misma práctica del oficio imponía la necesidad de formarse una base cultural, y el mismo ambiente de trabajo se encargaba de fomentarla. La lectura era una adicción laboral. Los autodidactas suelen ser ávidos y rápidos, y los de aquellos tiempos lo fuimos de sobra para seguir abriéndole paso en la vida al mejor oficio del mundo como nosotros mismos lo llamábamos. Alberto Lleras Camargo, que fue periodista siempre y dos veces Presidente de Colombia, no era ni siquiera bachiller.
La creación posterior de las escuelas de periodismo fue una reacción escolástica contra el hecho cumplido de que el oficio carecía de respaldo académico. Ahora ya no son sólo para la prensa escrita sino para todos los medios inventados y por inventar.
Pero en su expansión se llevaron de calle hasta el nombre humilde que tuvo el oficio desde sus orígenes en el siglo XV, y ahora no se llama periodismo sino Ciencias de la Comunicación o Comunicación Social. El resultado, en general, no es alentador. Los muchachos que salen ilusionados de las academias, con la vida por delante, parecen desvinculados de la realidad y de sus problemas vitales, y prima un afán de protagonismo sobre la vocación y las aptitudes congénitas. Y en especial sobre las dos condiciones más importantes: la creatividad y la práctica.
La mayoría de los graduados llegan con deficiencias flagrantes, tienen graves problemas de gramática y ortografía, y dificultades para una comprensión reflexiva de textos. Algunos se precian de que pueden leer al revés un documento secreto sobre el escritorio de un ministro, de grabar diálogos casuales sin prevenir al interlocutor, o de usar como noticia una conversación convenida de antemano como confidencial. Lo más grave es que estos atentados éticos obedecen a una noción intrépida del oficio, asumida a conciencia y fundada con orgullo en la sacralización de la primicia a cualquier precio y por encima de todo. No los conmueve el fundamento de que la mejor noticia no es siempre la que se da primero sino muchas veces la que se da mejor. Algunos, conscientes de sus deficiencias, se sienten defraudados por la escuela y no les tiembla la voz para culpar a sus maestros de no haberles inculcado las virtudes que ahora les reclaman, y en especial la curiosidad por la vida.
Es cierto que estas críticas valen para la educación general, pervertida por la masificación de escuelas que siguen la línea viciada de lo informativo en vez de lo formativo. Pero en el caso específico del periodismo parece ser, además, que el oficio no logró evolucionar a la misma velocidad que sus instrumentos, y los periodistas se extraviaron en el laberinto de una tecnología disparada sin control hacia el futuro. Es decir, las empresas se han empeñado a fondo en la competencia feroz de la modernización material y han dejado para después la formación de su infantería y los mecanismos de participación que fortalecían el espíritu profesional en el pasado. Las salas de redacción son laboratorios asépticos para navegantes solitarios, donde parece más fácil comunicarse con los fenómenos siderales que con el corazón de los lectores. La deshumanización es galopante.
No es fácil entender que el esplendor tecnológico y el vértigo de las comunicaciones, que tanto deseábamos en nuestros tiempos, hayan servido para anticipar y agravar la agonía cotidiana de la hora del cierre. Los principiantes se quejan de que los editores les conceden tres horas para una tarea que en el momento de la verdad es imposible en menos de seis, que les ordenan material para dos columnas y a la hora de la verdad sólo les asignan media, y en el pánico del cierre nadie tiene tiempo ni humor para explicarles por qué, y menos para darles una palabra de consuelo. "Ni siquiera nos regañan", dice un reportero novato ansioso de comunicación directa con sus jefes. Nada: el editor que antes era un papá sabio y compasivo, apenas si tiene fuerzas y tiempo para sobrevivir él mismo a las galeras de la tecnología.
Creo que es la prisa y la restricción del espacio lo que ha minimizado el reportaje, que siempre tuvimos como el género estrella, pero que es también el que requiere más tiempo, más investigación, más reflexión, y un dominio certero del arte de escribir. Es en realidad la reconstitución minuciosa y verídica del hecho. Es decir: la noticia completa, tal como sucedió en la realidad, para que el lector la conozca como si hubiera estado en el lugar de los hechos.
Antes que se inventaran el teletipo y el télex, un operador de radio con vocación de mártir capturaba al vuelo las noticias del mundo entre silbidos siderales, y un redactor erudito las elaboraba completas con pormenores y antecedentes, como se reconstruye el esqueleto entero de un dinosaurio a partir de una vértebra. Sólo la interpretación estaba vedada, porque era un dominio sagrado del director, cuyos editoriales se presumían escritos por él, aunque no lo fueran, y casi siempre con caligrafías célebres por lo enmarañadas. Directores históricos tenían linotipistas personales para descifrarlas.
Voy hablarles de un perro
Un perro que se destacó por haber alimentado su existencia con el pan de la lealtad..
Corría la década del 60 cuando comenzó esta inolvidable historia. Un hombre de campo, don Facundo Ferro, con su perro, llamado Gaucho, residían en Villa del Carmen (localidad del departamento de Durazno, Uruguay), y los dos conformaban el ensamble perfecto del hombre y el animal.
Facundo era ya mayor, de salud delicada, solitario, sin parentela conocida, y consideraba al Gaucho su único familiar. El Gaucho correspondía a esa deferencia con su incondicional compañía.
Pero, un día, una enfermedad vino a interferir en tan sincera amistad. De repente, Facundo, se sintió mal y necesitó urgente atención médica. En un viejo jeep un vecino lo llevó al Hospital Doctor Emilio Penza, de Durazno (capital del departamento del mismo nombre). El diagnóstico, crudo y directo, no dejó margen a la duda:
- ¡Es grave! -dijo el médico con total certeza.
Entretanto, el Gaucho, presintiendo el manotazo de la desgracia, escuchó el llamado de la fidelidad y salió detrás del jeep que transportaba a Facundo. Sin miedo se enfrentó a la distancia: atravesó terrenos ariscos, intratables breñas, pinchudos pajonales y severos bañados. Desoyendo la tentación del cansancio recorrió 52 kilómetros, hasta que el olfato lo plantó en el lugar donde estaba su amigo del alma.
Con la ansiedad galopando en el pecho, merodeó vacilante por los alrededores. Aunque, la misma ansiedad lo apeó de la indecisión, y un arranque de urgencia lo impulsó a adentrarse en lo desconocido. Guiado por su infalible olfato, desembarcó directamente en la sala dónde Facundo luchaba contra la muerte. Debajo de la cama del amigo, el Gaucho instaló su angustia.
Poco tardó el personal del hospital en descubrirlo. No obstante, conmovidos por la mansedumbre, la soledad y el amor a su dueño, decidieron aceptarlo cual un familiar que acompañaba a su enfermo. Sin embargo, eso no lo libró de algunas expulsiones. Pero él siempre volvía con la cabeza gacha, andando sin ruido. Y otra vez su mirada apacible y los movimientos mesurados, derretían la rigurosidad de enfermeras, médicos y demás pacientes. Y, contra toda lógica sanitaria, lo dejaban ocupar su sitio favorito; abajo del lecho de Facundo.
Todo iba bien; el personal disimulaba y el perro se hacía querer.
Hasta que la muerte desconsiderada entró en la sala, ¡y con certero guadañazo le cortó a Facundo el hilo de la vida! Facundo murió casi pidiendo disculpas, discretamente; sin exhalar un sólo quejido.
El Gaucho lanzó un aullido y saltó a la cama a lamer la cara de su dueño. Llorando desconsolado, el pobre se apretó al pecho del difunto, como si le rogara que lo llevara con él.
Impactados por la aflicción del can, los presentes lagrimearon con el corazón tiritando entre las manos.
Durante el velatorio, los ojos tristes del Gaucho, agradecieron en silencio la presencia de quienes se arrimaron a compartir su dolor.
Con las orejas caídas, mirada somnolienta y andar cansino, el Gaucho acompañó a Facundo hasta su destino final. Cabizbajo presenció el enterramiento. Después, entre lastimeros sollozos se echó sobre la sepultura, y ahí se quedó; junto al hombre que tanto lo amó y que él tanto amara.
Pasaron las horas y pasaron las jornadas, y el Gaucho seguía allí; sin comer ni beber, nutriéndose de su interminable lealtad.
Voy hablarles de un perro
Un perro que se destacó por haber alimentado su existencia con el pan de la lealtad..
Corría la década del 60 cuando comenzó esta inolvidable historia. Un hombre de campo, don Facundo Ferro, con su perro, llamado Gaucho, residían en Villa del Carmen (localidad del departamento de Durazno, Uruguay), y los dos conformaban el ensamble perfecto del hombre y el animal.
Facundo era ya mayor, de salud delicada, solitario, sin parentela conocida, y consideraba al Gaucho su único familiar. El Gaucho correspondía a esa deferencia con su incondicional compañía.
Pero, un día, una enfermedad vino a interferir en tan sincera amistad. De repente, Facundo, se sintió mal y necesitó urgente atención médica. En un viejo jeep un vecino lo llevó al Hospital Doctor Emilio Penza, de Durazno (capital del departamento del mismo nombre). El diagnóstico, crudo y directo, no dejó margen a la duda:
- ¡Es grave! -dijo el médico con total certeza.
Entretanto, el Gaucho, presintiendo el manotazo de la desgracia, escuchó el llamado de la fidelidad y salió detrás del jeep que transportaba a Facundo. Sin miedo se enfrentó a la distancia: atravesó terrenos ariscos, intratables breñas, pinchudos pajonales y severos bañados. Desoyendo la tentación del cansancio recorrió 52 kilómetros, hasta que el olfato lo plantó en el lugar donde estaba su amigo del alma.
Con la ansiedad galopando en el pecho, merodeó vacilante por los alrededores. Aunque, la misma ansiedad lo apeó de la indecisión, y un arranque de urgencia lo impulsó a adentrarse en lo desconocido. Guiado por su infalible olfato, desembarcó directamente en la sala dónde Facundo luchaba contra la muerte. Debajo de la cama del amigo, el Gaucho instaló su angustia.
Poco tardó el personal del hospital en descubrirlo. No obstante, conmovidos por la mansedumbre, la soledad y el amor a su dueño, decidieron aceptarlo cual un familiar que acompañaba a su enfermo. Sin embargo, eso no lo libró de algunas expulsiones. Pero él siempre volvía con la cabeza gacha, andando sin ruido. Y otra vez su mirada apacible y los movimientos mesurados, derretían la rigurosidad de enfermeras, médicos y demás pacientes. Y, contra toda lógica sanitaria, lo dejaban ocupar su sitio favorito; abajo del lecho de Facundo.
Todo iba bien; el personal disimulaba y el perro se hacía querer.
Hasta que la muerte desconsiderada entró en la sala, ¡y con certero guadañazo le cortó a Facundo el hilo de la vida! Facundo murió casi pidiendo disculpas, discretamente; sin exhalar un sólo quejido.
El Gaucho lanzó un aullido y saltó a la cama a lamer la cara de su dueño. Llorando desconsolado, el pobre se apretó al pecho del difunto, como si le rogara que lo llevara con él.
Impactados por la aflicción del can, los presentes lagrimearon con el corazón tiritando entre las manos.
Durante el velatorio, los ojos tristes del Gaucho, agradecieron en silencio la presencia de quienes se arrimaron a compartir su dolor.
Con las orejas caídas, mirada somnolienta y andar cansino, el Gaucho acompañó a Facundo hasta su destino final. Cabizbajo presenció el enterramiento. Después, entre lastimeros sollozos se echó sobre la sepultura, y ahí se quedó; junto al hombre que tanto lo amó y que él tanto amara.
Pasaron las horas y pasaron las jornadas, y el Gaucho seguía allí; sin comer ni beber, nutriéndose de su interminable lealtad.
Paulo coelho
Su biografía...
~A cada edad de un hombre, el señor le da sus propias inquietudes.
~Acumular amor significa suerte, acumular odio significa calamidad.
~Afronta tu camino con coraje, no tengas miedo de las críticas de los demás. Y, sobre todo, no te dejes paralizar por tus propias críticas.
~Cada ser humano tiene, dentro de sí, algo mucho más importante que él mismo: su don.
~Cada trecho recorrido enriquece al peregrino y lo acerca un poco más a hacer realidad sus sueños.
~Ciertas cosas son tan importantes que necesitan ser descubiertas solas.
~¿Cómo entra la luz en una persona? Si la puerta del amor está abierta.
~Comenzando la jornada con esta palabra, y siguiendo con la fe en dios, llegarás hasta donde necesitas.
~Cuando atrasamos la cosecha, los frutos se pudren, pero cuando atrasamos los problemas, no paran de crecer.
~Cuando menos lo esperamos, la vida nos coloca delante un desafío que pone a prueba nuestro coraje y nuestra voluntad de cambio.
~Cuando quieres algo, todo el universo conspira para que realices tu deseo.
Novelista, director, actor, periodista y compositor brasileño. Paulo nació en una familia de clase media y fuerte influencia católica. Estudió en un colegio jesuita. En 1970 abandona los estudios para realizar un viaje que lo lleva a Perú, Bolivia, Chile y México y un tiempo más tarde a Europa y África. En 1972 regresa a Brasil, comienza a escribir letras de canciones para algunos de los artistas más importantes de la música brasileña, como Elis Regina o Rita Lee, alcanzando gran popularidad sus colaboraciones musicales con Raúl Seixas. En 1974, Coelho fue detenido acusado de actividades subversivas contra el gobierno brasileño, quedando en libertad en poco tiempo. Su curiosidad y fascinación por el mundo de lo espiritual le hicieron vivir experiencias muy enriquecedoras. En 1982 editó su primer libro, "Archivos del infierno", que pasó desapercibido. En 1983, realizó la peregrinación del Camino de Santiago entre Francia y España, experiencia que inspiró el libro "El Peregrino de Compostela" (1987). En 1988 publicó, después de sortear muchos problemas, "El alquimista", el libro brasileño más vendido de todos los tiempos. En 2002 fue elegido para ocupar el asiento número 21 de la Academia Brasileña de Letras. Paulo Coelho transitó numerosos caminos relacionados con el arte y la literatura, siempre con gran optimismo y firmeza. Entre las numerosas distinciones que recibió, se destacan el Premio Hans Christian Andersen (2007), el Premio Budapest (2005) y Premio Fregene de Literatura (2001), además de ser mensajero de la Paz de la ONU y Consejero Especial de la UNESCO para "Diálogos Interculturales y convergencias espirituales”.
Frases famosas...
~Todo está permitido, menos interrumpir una manifestación de amor.
~A cada edad de un hombre, el señor le da sus propias inquietudes.
~Acumular amor significa suerte, acumular odio significa calamidad.
~Afronta tu camino con coraje, no tengas miedo de las críticas de los demás. Y, sobre todo, no te dejes paralizar por tus propias críticas.
~Cada ser humano tiene, dentro de sí, algo mucho más importante que él mismo: su don.
~Cada trecho recorrido enriquece al peregrino y lo acerca un poco más a hacer realidad sus sueños.
~Ciertas cosas son tan importantes que necesitan ser descubiertas solas.
~¿Cómo entra la luz en una persona? Si la puerta del amor está abierta.
~Comenzando la jornada con esta palabra, y siguiendo con la fe en dios, llegarás hasta donde necesitas.
~Cuando atrasamos la cosecha, los frutos se pudren, pero cuando atrasamos los problemas, no paran de crecer.
~Cuando menos lo esperamos, la vida nos coloca delante un desafío que pone a prueba nuestro coraje y nuestra voluntad de cambio.
~Cuando quieres algo, todo el universo conspira para que realices tu deseo.
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